domingo, 13 de mayo de 2012

¿Como entrenas VIII?. Mi experiencia






¿CÓMO ENTRENAS? (y VIII)
Mi experiencia
Juan Manuel Ruiz García

Como síntesis y también aplicación de las anteriores consideraciones, me gustaría dedicar un capítulo a mi entrenamiento, cómo he aplicado la teoría a mi individualidad, con la intención de ofreceros mi experiencia directa, con sus aciertos y sus errores, más que como culminación de un proceso, como parte de un camino que sigo recorriendo y alrededor del cual continúo reflexionando y probando. El interés que pueda tener esta experiencia no reside en las sesiones o en la programación en sí, sino más bien en las justificaciones que he ido confeccionando alrededor de las rutinas cambiantes que he ido aplicando a la vez que evolucionaba mi forma física. Espero que os pueda servir de ayuda y que también sirva de estímulo para que compartáis vuestra experiencia con todos nosotros.

Comencé a practicar la carrera a pie en la primavera del año 2007, con 42 años. La razón por la que me embarqué en esta aventura la expliqué en el escrito “¿Por qué corres?”, en resumen, por superar el trauma de dos operaciones de médula espinal y por el puro placer de disfrutar de una actividad física elemental en contacto con la naturaleza y en compañía de amigos. Siempre fui una persona activa, aunque sin programación, y dedicada a varios deportes a la vez. De joven practiqué fútbol y balonmano. Ya en la adolescencia hice kárate, piragüismo y sobre todo, montañismo, hasta que acabé los estudios universitarios y empecé a trabajar. Entonces me dediqué al tenis, y gracias a las lecciones de mi tío Ángel pude practicar este deporte con constancia durante varios años. En 1996 me casé y me fui a vivir a la sierra de Madrid, donde sigo residiendo todavía, al municipio de Los Molinos. Esto me permitió alternar el tenis con la práctica de la bicicleta de montaña. Con el nacimiento de mi primera hija (1999) y por motivos laborales, abandoné la bicicleta durante unos años, hasta que en el 2003, y gracias a que conocí a varios vecinos que practicaban este deporte, lo retomé con bastante intensidad durante los siguientes años.

En febrero de 2005 se manifestaron los primeros síntomas del tumor de médula espinal del que me operarían con éxito en octubre y noviembre del año 2006. Como expliqué en su día, el dolor en la zona lumbar me obligó a dejar el tenis, que desde entonces no he vuelto a practicar, y a dedicarme únicamente a la práctica de la bicicleta de montaña y a la natación. Fue....


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lunes, 19 de marzo de 2012

ALGORITMOS METABÓLICOS



“Hitting de wall” dicen los anglosajones. Entre nosotros, y como popularizó Perico Delgado en los Lagos de Covadonga, “dar la pájara”.  Los fisiólogos dicen, quedarse sin combustible, agotar las reservas de glucógeno. Como dramáticamente hemos sufrido más de una vez, la pájara se caracteriza por un cansancio y una flojera imposibles de superar, que aparece cuando la energía se acaba. Todos sabemos que los corredores de fondo utilizamos fundamentalmente 2 fuentes de energía para mover nuestros músculos, el preciado glucógeno (de gran octanaje) y las grasas (diesel inagotable). Cada corredor, en función de su genética, hábitos alimentarios y entrenamiento consume, según el ritmo al que corre, una mezcla de ambos combustibles. Habrá atletas que digamos, a 5:00 minutos el km, estarán consumiendo un cóctel 80/20 (80% glucógeno y 20% grasas) y otros a la inversa, un 20/80. Indudablemente, el segundo atleta tendrá muchas mayores posibilidades de terminar un maratón sin golpearse con el temido muro.
Una persona de 70 kg con un porcentaje de grasa corporal tan escasa como del 10% posee 7 kilos de éste combustible, que a la sazón de 9 kilocalorías por gramo, contiene un potencial energético de 63.000 kcal. Una hora de carrera a ese ritmo de 5:00 min/km puede suponer un consumo de 900 kilocalorías, por lo tanto, a este ritmo el atleta podría estar corriendo durante nada menos que 70 horas si consumiera sólo grasas. El glucógeno, en cambio, es mucho más escaso en nuestro cuerpo. Un corredor sólo podrá almacenar en sus músculos entre 300 gramos y 400 gramos, que sólo le reportarán entre 1.200 y 1.600 kilocalorías, lo que al ritmo de 5:00 min/km apenas le daría para correr entre 1h30m y 1h45m.
Supongamos que estamos ante un corredor 80/20 que posee suficiente capacidad muscular y cardiovascular para mantener ese ritmo durante mucho tiempo. Por cada hora de carrera a ese ritmo va a consumir un 80% de glucógeno (900 kcalorías x 0,8 = 720 kcalorías, que son 180 gramos de glucógeno), y 20% de grasas (180 kcalorías que son 20 gramos de grasas). Luego agotará sus reservas entre 1h40m (kilómetro 20 del maratón) y 2h15m (kilómetro 27 del maratón).  Como el organismo no puede asimilar más allá de 60 gramos de carbohidratos por hora, si se hidrata y come adecuadamente alargará su pájara hasta el kilómetro 28 ó el 34, según tuviera más o menos glucógeno almacenado en sus músculos antes de iniciar la carrera.
Si estamos ante el atleta 20/80, por cada hora de carrera a 5:00 min/km consumirá 45 gramos de glucógeno y 80 gramos de grasas, por lo que podría correr a ese ritmo y sin comer en carrera, entre 6h45m y 8h45m, suficiente para completar un ultramaratón. Por tanto, los corredores de fondo deben entrenar su organismo para consumir la mayor cantidad de grasas a los ritmos de carrera a los que están capacitados fisiológicamente. Sin un adecuado metabolismo de las grasas, los ciclistas no podrían completar las competiciones por etapas, ni los triatletas un ironman. Marc Allen, uno de los más grandes triatletas de la historia, ganador de 6 ironmanes en Hawai, dice que cuando él empezó en el triatlón era capaz de correr 10 kilómetros en menos de 30 minutos, pero consumía tal cantidad de glucógeno que no podía soportar las competiciones de larga duración. Se dio cuenta de que si sus competidores eran capaces de realizar una maratón tras más de 5 horas de competición a un ritmo similar al que hubieran mantenido sin realizar previamente los sectores de natación y ciclismo, era porque a diferencia de él, a ese ritmo consumían fundamentalmente grasas. Para conseguir cambiar su metabolismo, estuvo durante más de un año corriendo sin superar las 150 pulsaciones, es decir, a un ritmo de no más de 5:00 min/km, realmente lento para él, y notó que cada vez era capaz de ir más rápido a esas pulsaciones hasta que consiguió ir tan rápido como sus competidores pero ya consumiendo mucho menos glucógeno.

martes, 21 de febrero de 2012

PENSANDO CON LOS PIES



PENSANDO CON LOS PIES
Queremos que las neuronas también suden,
Y que nuestros músculos se paren y sueñen.

Estamos construyendo un espacio donde colgar ideas, recursos, experiencias en torno al deporte que más nos gusta practicar, CORRER.
Os ofrecemos unos escritos a los que hemos denominado TEXTOS SAMBURIEL, para empezar con algo hecho por nosotros mismos utilizando la sabiduría y el conocimiento de mucha gente.
También os informamos de artículos, blogs, portales de Internet, libros, foros, etc. que consideramos que poseen gran valor.
Deseamos que este espacio sea PÚBLICO y LIBRE, y que se construya entre todos: PARTICIPATIVO.
Os animamos a que escribáis COMENTARIOS a los TEXTOS SAMBURIEL, a que nos enviéis textos escritos por vosotros, a que abráis nuevos temas de debate, o realizar preguntas o dar consejos, a compartir vuestra experiencia y reflexiones sobre CORRER.

¿POR QUÉ CORRES?
Creemos que tod@s nos hemos hecho alguna vez esta pregunta: ¿Por qué corremos?
En este cajón hemos ido guardando muchas respuestas y os animamos a que nos deis las vuestras.

¿CÓMO CORRES?
Cada cual corre como quiere, y como puede.
Para nosotros CORRER es una actividad vital cuyo aprendizaje nunca acaba. No sólo corremos, sino que también reflexionamos sobre cómo corremos y soñamos sobre cómo nos gustaría correr.
En este espacio recogemos conocimientos sobre ENTRENAMIENTO y también sobre todo aquello que influye sobre nuestro modo de correr (BIOMECÁNICA) y alcance final de nuestro rendimiento deportivo.

lunes, 20 de febrero de 2012

Principles of Natural Running. Video


Vídeo muy instructivo sobre TÉCNICA DE CARRERA, por cortesía del Dr. Mark Cucuzzella, Director del Natural Running Center









martes, 11 de octubre de 2011

¿POR QUÉ CORRES?


¿POR QUÉ CORRO?
Juan Manuel Ruiz García, “juanete”

miercoles 16 abril 2008.

La motricidad es un elemento consustancial a la vida. Se define como la posibilidad de cambiar de sitio o de orientación algunos elementos del ser vivo. Hasta los vegetales, considerados erróneamente como seres vivos estáticos, desplazan algunas partes de su cuerpo: las raíces y ramas muy lentamente, las hojas y las flores se orientan, y las semillas pueden viajar largas distancias.
El ser humano se mueve y para ello posee un aparato motor muy desarrollado. Nos movemos para comer, para relacionarnos y reproducirnos, como estrategia de supervivencia huimos o nos escondemos. Esta motricidad o capacidad de transporte precisa de un gasto de energía que el organismo realiza en la medida en que podrá restituirlo por obra precisamente del propio movimiento. Buscamos alimentos y sólo lo hacemos si el gasto energético de buscar lo vemos recompensado con lo encontrado, al menos al nivel de expectativa.
En la naturaleza el movimiento, por tanto, no es un objetivo sino un medio o instrumento para acceder mejor o para incrementar nuestra capacidad de supervivencia. Los animales que como el ser humano han evolucionado en ambientes donde había que buscar alimento desplazándose, han acomodado su actividad metabólica al ambiente de escasez, y por tanto, la activación de mecanismos instintivos de saciedad y por tanto de no ingesta, han quedado muy mermados en nuestra programación genética. Estamos expuestos a que se puedan producir desequilibrios entre lo consumido y lo gastado que puede generar no sólo episodios de desnutrición y merma paulatina, por tanto, del peso y estructura del individuo, como de obesidad. Pero así como la desnutrición severa acaba provocando la muerte segura y rápida del individuo, no así la sobreingesta. Más peso provoca mayor gasto de energía por unidad de desplazamiento, por lo que cada nivel de ingesta acaba provocando un nivel estable de peso, a menos que el propio peso acabe haciendo imposible el movimiento y otros individuos le den alimento, en cuyo caso el individuo crecerá hasta la muerte. Por ello, cuando la estructura económica de reparto hace que algún individuo reciba alimento sin necesidad de movimiento, si no existieran mecanismos culturales de activación de la saciedad o del gasto superfluo el sujeto acabaría muriendo de sobrepeso o explosión.
Tenemos programado genéticamente la
construcción de todo un aparato locomotor cuyo fin básico es generar el movimiento de trote, ya sea en el Kalajari o en la tundra siberiana: trotar para recolectar, para cazar, buscar pareja, hacer amigos, huir o hacer la guerra. Pero la evolución tecnológica ha creado todo un sistema de transporte exosomático (aviones, coches, etc.) que multiplica las capacidades individuales endosomáticas de motricidad y además, y esto es lo más significativo, las hace inútiles para una determinada parte de la humanidad. Correr se convierte cada vez en una actividad más inútil e innecesaria. A no ser como instrumento de equilibrio del exceso de alimento.
El deporte nace como una actividad educativa más, similar al aprendizaje de la lectura, el intelecto o la sociabilidad. Al principio se aprende mirando e imitando. Pero las técnicas más sofisticadas de aprendizaje crean todo un ritual de ejercicios coordinados y coherentes que progresivamente transmiten una habilidad o un saber más o menos complejo. La práctica deportiva surgió como este ritual de aprendizaje del cuerpo en relación con la motricidad. Al principio sin perder el carácter instrumental, es decir, de aprender una técnica de desplazamiento para conseguir mejor un fin de alimento o procreación (baile), por ejemplo. Al final, que el ritual se desvincule del fin que lo alumbró y se transforme en sí mismo en una actividad propia de objetivos sociales diferentes a los que en su día promovía y que ofrece placer o bienestar ya sea por vincularse a otros objetivos culturales más sofisticados o por el propio goce de la actividad sin un objetivo manifiesto ajeno a la propia práctica. Esto ocurre en sociedades complejas cuya estructura social hace que determinados individuos desvinculen actividad física de alimentación, y por tanto puedan conectar el ritual de aprendizaje de la motricidad, el deporte, con otros objetivos sociales ligados al reconocimiento, la belleza o la salud.
¿Por qué corres?
Depende dónde, a quién y cuándo hagamos la pregunta.
En Madrid, por ejemplo, ¿tú por qué corres? Mucha gente contestaría simplemente: “¡pero si yo no corro nunca!”. No lo necesitan. ¿Para qué correr? A lo sumo para no perder un autobús, o el primer día de rebajas conseguir una buena ganga.
En Palestina, Kenia o en el Amazonas muchas personas corren y seguro por razones muy diferentes a las que los pocos madrileños que corren ofrecerían.
La división en clases de las personas se puede realizar atendiendo a muchos criterios: dinero, ideología, religión, lengua, cultura, profesión, etc.. Lo divertido de este ejercicio académico e incluso ideológico consiste en comprobar cómo una persona está en muchas clases diferentes, y que sus compañeros de grupo difieren según el criterio de clasificación elegido. A mí me gusta clasificar según criterios un poco más complejos de los que pueden escribirse en un carnet (de fútbol o de identidad), una partida de bautismo, un pasaporte o una declaración de la renta. Por ejemplo, ¿por qué corres?, o ¿por qué no corres?, ¿por qué correrías o por qué jamás correrías? ¿crees que podrías vivir sin piernas?
Poseemos un sistema locomotor que si no se utiliza se atrofia, y por tanto, se convierte en un problema para la salud y el bienestar. Dependemos de un equilibrio energético entre lo ingerido y lo gastado, pero carecemos de un sensor automático especializado y eficaz que nos cierre la boca cuando el depósito está lleno, que deseche de lo ingerido lo que sobra. La respuesta social a estas realidades puede ser, de hecho, muy diferente. Pero resulta paradójico que si clasificamos en clases a los individuos atendiendo a su masa corporal, junto al fakir encontraremos al favelista brasileño y también al corredor de maratón sueco, tres sujetos que han alcanzado un equilibrio estricto de bajo metabolismo por medios muy diferentes: el primero, máxima inmovilidad y consumir el mínimo compatible con la vida; el segundo, estar todo el día buscando para consumir todo lo que pueda; y finalmente, el maratoniano como símbolo del corredor moderno, correr al máximo y consumir para no dejar de correr. El primero y el tercero han podido elegir para qué corren o no corren, el segundo, desgraciadamente, no, corre para sobrevivir. Pero en el grupo de la desmesura ¿podemos hacer también estas clasificaciones?
La movilidad física por medios propios resulta muy reducida en este grupo, como el fakir tan sólo pasitos cortos, lo mínimo posible: coger el mando de la TV, cambiarme de silla o de sofá, ir a la cama, calentar leche, acercarme al garaje a coger el coche. La movilidad clásica reducida a microentornos de acceso a los grandes espacios exosomáticos de movilidad: el coche, el avión o internet: tres pasitos, teclear un número o una dirección, mover un brazo, dar a un botón y esperar. Si no fuera porque todavía no se ha inventado algo para sustituir a las piernas o los dedos en estos microviajes, todos los clasificados en el gran grupo de los vagos voraces optarían por amputarse piernas y brazos, ya que estos residuos arcaicos sin movilidad serían perniciosos para la salud. El fakir sueña con ser sólo mente y esperar, también sin piernas ni brazos. Pero los voraces no desean esperar sino alcanzar y no desobedecer al instinto de acaparación y consumo con el que estamos programados genéticamente. La ecuación está servida, enormes cantidades de energía gastadas exosomáticanemte para el transporte de cosas que consumimos vorazmente y cada vez menor cantidad de gasto energético endosomático necesario para la propia movilidad física: acumulación, grasa.
Pero el exceso de grasa resulta insano a la par que feo. La estética y la salud nos imponen al fakir, pero la ética consumista nos impulsa hacia el favelista al que de repente le ha tocado la lotería. En tiempos remotos o recientes de irregularidad acusada en el suministro de alimentos, la grasa cumplía un objetivo de supervivencia claro como regulador de los ciclos penuria-abundancia. A medida que el granero se globaliza por obra del transporte, hemos sido capaces, al menos en teoría, y una mínima parte de la población mundial, de externalizar las reservas endotélicas de energía convirtiendo en inútiles las barrigas y los acúmulos en muslos y tetas.
En esta tesitura alocada el deporte se practica como actividad saludable y estética, un nuevo elemento de consumo que deshace el absurdo contenido en la fórmula acumulación-estética. El deportista consume actividad física para gastar energía, es decir, paga por consumir, cuando en la fórmula tradicional el ser humano cobraba por moverse. ¿Por qué corres? En este nuevo grupo incluiríamos a los que corren para gastar energía con el objetivo de estar sanos y bellos, que controlan culturalmente la ingesta de alimentos por terror a la gordura. Que incluso demandan un tipo de alimento construido y producido para la estética y la salud practicada en este entorno de deporte consumido y transporte exosomático desbordado. Este deporte y esta alimentación sirven para construir conscientemente un cuerpo sano con pretensión de durabilidad. Pero no todo se puede comprar, y evidentemente esta manera de resolver la contradicción sólo resulta posible con el sacrificio, con el esfuerzo continuado de la voluntad por entrenar, por seguir un plan, por no ingerir determinados alimentos y controlar férreamente la dieta. De aquí surge otra contradicción de la que puede emanar enfermedad y frustración. El consumo tradicionalmente provocaba bienestar al gastar lo comprado. Pero este gasto en gimnasio, dietas, alimentos, material, viajes, masajes, etc. sólo producirá lo deseado tras un sacrificio del que se debe desprender una contrapartida para ser asimilado de forma positiva y creativa por el individuo. ¿Merece la pena tanto gasto de dinero y tanto esfuerzo por entrenar? Se compran los elementos de tortura tras cuya aplicación surgirá un individuo nuevo bello y sano que para mantenerse deberá seguir consumiendo sacrificio. Por ello siempre aparece latente la tentación por la droga, por el fármaco milagroso, por el tratamiento mágico, la operación quirúrgica perfecta, en suma, por el consumo sin sacrifico: pago, y en contrapartida, sin nada de mi parte, obtengo el cuerpo que deseo, y por tanto, la salud y la belleza.
Evidentemente yo no deseo pertenecer a este grupo, pero en cierta manera todos los que corremos compartimos muchos de los elementos que lo definen. ¿Por qué corro? Claro que deseo estar sano, y evidentemente considero que existe una relación entre el deporte que practico y mi bienestar y presencia estética. Correr exige un esfuerzo y controlo lo que tomo cuando evito ingerir ciertas sustancias y administro otras, y evidentemente cuido mis articulaciones, voy al masajista, e incluso entro al quirófano cuando me averío para que me mejoren o me recompongan. Si el deporte lo practicara como consumo únicamente para lograr salud y estética, dejaría de hacerlo cuando hubiera otro método que sin dolor y de forma menos onerosa me ofreciera el mismo resultado. Pero ese ejercicio de la voluntad que necesita el deporte es uno de sus atractivos, como lo es de la mayor parte de las actividades con las que realmente disfruto: la lectura, la música, el ajedrez, la conversación, etc. Corro porque me ayuda a comprender el mundo. Suena pretencioso. Me explicaré.
El ser humano es un vago voraz. La eficiencia, tan importante en nuestra sociedad, resulta comprensible sólo como el comportamiento lógico de un vago con deseos; y la técnica de coste-beneficio su más depurada herramienta para la toma de decisiones. El método que Epicuro el hedonista nos propone para obtener el máximo bienestar es un constante sopesar el sacrificio y el placer en una ecuación que sólo resulta soluble si se entiende que ambos términos resultan intercambiables. No sólo el placer procede del sacrificio, sino que el mismo placer se convierte en dolor y viceversa. Es decir, que ese desequilibrio a favor del placer no se produce en el fiel de una balanza: a la derecha el dolor y a la izquierda el placer, sino que más bien el equilibrio atiende al principio de Arquímedes: para que el agua desborde hemos de hundir la piedra en ella, que el volumen de dolor que sumergimos desplaza al placer.
Soy un vago, y si no corro únicamente por estar guapo y sano, ¿por qué lo hago? ¿por placer? ¿por masoquismo? El masoca encuentra placer en el dolor. ¿el hedonista encuentra dolor en el placer? Bueno, la distinción está más en la estética, la del cuero y el látigo frente a la seda y la pluma, pues ambos lloran y también ríen. No resulta posible reír sin llorar, ni lo contrario. Y hemos de preparar el cuerpo y la mente para comprender la esencia y las consecuencias de este nudo en el que se fabrican mutuamente el dolor y el placer. La vida, y la práctica del correr, y también de la lectura o la escucha musical, del aprendizaje en cualquier materia, se desarrolla en este terreno: se aspira al placer que se cree se va a obtener alcanzando un grado de percepción que ahora no se posee, y por tanto, se inicia un camino de aprendizaje y por tanto de sacrificio que se sabe que no tiene fin y en el que afortunadamente el esfuerzo se entrevera de placer a medida que el sendero se adentra en paisajes y perspectivas novedosas que excitan la curiosidad por saber, aprender, por acometer nuevos retos.
Cada vez resulta más común encontrar personas que no asumen esta verdad histórica de lo humano, que repudian la disciplina y el autocontrol, que viven esperanzados en una solución mágica que deshaga este nudo básico de la existencia. El último escalón de los militantes en el progreso, las religiones salvíficas o mistéricas, del nirvana, la droga o la magia consiste en alcanzar el placer absoluto sin restricciones por obra de la técnica, el éxtasis místico, la desaparición del deseo, el consumo de sustancias alucinógenas o la confianza en alguna fórmula mágica.


La más humilde actividad humana posee un sentido, es decir, indicios que nos rebelan algo de la verdad de este mundo. Pero las más excelsas atesoran un mensaje más o menos complejo que hay que aprender a entender. Pero una novela, una poesía, una obra musical, no se entienden sin esfuerzo, precisan de una voluntad de comprensión. La mera observación, la sola percepción sensorial no reporta beneficio si no viene precedida de un aprendizaje, de un esfuerzo por querer comprender. Y este aprendizaje yo lo entiendo como un entrenamiento de lo humano, de aquello que nos define y nos identifica como seres dotados de lenguaje, que saben de la muerte, que buscan la trascendencia y que además trotan y saben agarrar cosas y lanzarlas. Y entiendo que el entrenamiento integral de lo humano resulta imprescindible para comprender lo que como humanos podemos entender y comprender de este mundo. No sólo entrenar el ojo para que la mente sea capaz de admirar una estatua, sino también el pie y el cuadriceps para que el oído sepa comprender la verdad que de este mundo expresa una sinfonía de Beethoven, que el Quijote me acompañe cuando respiro el olor de la jara al entrenar por un páramo mediterráneo.
El trote a dos patas con la cabeza alta y con los brazos acompañando el movimiento resulta tan humano. No puedo imaginar al africano que por primera vez se internó en Euroasia sin este peculiar movimiento. Uno de los momentos más sublimes de la Iliada ocurre cuando Ulises abandona el campamento aqueo junto con Diomedes y se adentran trotando en la noche en los campos troyanos. Nuestra inteligencia ha crecido en el marco de la sociabilidad y de las estrategias de caza y comunicación que este peculiar modo de desplazamiento nos ha facilitado. Encuentro tan absurdo concebir la vida sin correr tanto como transformar el correr en una actividad que se desarrolla sólo con el pretexto de no engordar y estar guapo.
Y me refiero tanto al correr como a casi cualquier deporte, porque casi todos ellos se basan en el trote como movimiento básico. Aunque el correr como actividad exclusiva en cierta manera representa el concepto básico de la motricidad humana.
¿Por qué corro? Pues por la misma razón por la que leo o escucho música, converso con los amigos, o veo películas, para disfrutar del mundo y comprenderlo.
Entiendo que la rutina de adiestramiento del cuerpo resulta tan importante como la de la mente, evidentemente adaptada a los gustos personales, inquietudes, objetivos y capacidades. Y que dicha disciplina no se puede entender sin un sentido de mejora, sin unas aspiraciones. Que en el mundo literario se fraguan en el deseo de poder leer ciertos libros, o en lo musical de poder apreciar determinadas obras. Y que en el deporte, y en particular en el entrenamiento del correr deben existir esas mismas aspiraciones de mejora unidas al deseo de disfrutar cada vez más de esa y del resto de las actividades que como humanos realizamos. Y que el objetivo de ser mejores, en el que en suma aspiramos como humanos, no puede consistir en el deporte únicamente en no enfermar o no engordar, en vencer al prójimo, al igual que cuando leemos no deberíamos aspirar únicamente a ser más cultos que otros o consumir el mayor número de libros. Sino que debe existir más que un deseo de comparación con otros o de utilidad, una aspiración a la calidad que en suma significa ser capaces de encontrar un sentido al sacrificio, al esfuerzo del aprendizaje. Y precisamente lo más sorprendente del proceso del entrenamiento es que ese sentido lo encontramos en la propia comprensión que la práctica de la actividad nos reporta, ya sea del correr como del leer o escuchar música.
Todas las actividades humanas poseen este carácter autorreferente, esta retroalimentación que hace que el sacrificio nos dé placer y que no podamos encontrar placer en la ausencia de esfuerzo. Por ello la disciplina del cuerpo y de la mente se apoyan y se necesitan.
También corro porque deseo enseñar a mis hijos la disciplina que me impongo, porque deseo que aprendan que el placer no es gratuito y que en el sacrificio deben saber encontrar recompensa y bienestar. Y que aprendan a defenderse de aquellas personas que desean obtener placer gratuito, una imposibilidad que sólo puede alcanzarse robando placer a otros.
En una librería de Madrid cercana al Palacio de Oriente existe un cartel: ser cultos para ser libres. Debajo he comprobado que recientemente han colgado otro cartel: se traspasa. La libertad que uno siente cuando corre –o lee-, cuando practica esa actividad primigenia de lo humano, su motricidad básica, no se compra junto con las zapatillas y los complementos dietéticos –ni con los libros-, sino que se siente en el aprendizaje, en el cultivo del cuerpo –y de la lectura. La cultura del correr no puede quedar reducida a su utilidad para obtener otras recompensas, sino que hemos de ser capaces de encontrar un sentido mucho más profundo a esta actividad. Sería como si redujéramos nuestra actividad de lectores a la utilidad que podríamos obtener en un test de cultura general en una oposición.
¿Por qué corro? Pues porque deseo correr bien. También leo para leer bien. Y el pintor pinta para pintar bien. Lo que signifique ese bien yo no os lo puedo decir porque es algo que sólo se conoce cuando se coparte con otros la actividad que se practica. Para eso sirve la amistad y a ello se dedican todos los esfuerzos humanos en la creación, para crear vínculos de amistad. Se está en la verdad cuando se comparte y se crea un vínculo. El reconocimiento mutuo es la prueba de verdad, o de lo bien que se ha escrito un libro o interpretado una obra musical, de lo bien que Ulises y Diomedes han corrido juntos. Todas estas actividades se realizan para reconocernos socialmente y para establecer vínculos humanos, agruparnos y sentir bienestar de la cercanía de prójimos con los que compartimos un sentido, un placer o una interpretación.
La capacidad humana para transformar actividades necesarias en inútiles resulta ilimitada y constituye una de nuestras más claras señas de identidad en el reino animal. Por ejemplo, la escritura surge como instrumento nemotécnico, en Summer como o en Creta las tablas se cocieron para inventariar y para registrar los términos del comercio. El lenguaje sirve y resulta útil para transmitir información, para describir cosas y explicar procesos. Pero el ser humano ha sabido transformar también el lenguaje en literatura, una actividad que trasciende los objetivos anteriores porque resulta tan inútil o poco necesaria como un juego, una frivolidad que los seres humanos nos permitimos para comprender mejor el mundo a través de la poesía o la novela. Una de las originalidades del ser humano reside aquí, en que sabe ir más allá del reino de lo necesario y que es capaz de crear un mundo de imaginación absolutamente inútil. Y lo hacemos con la música, la fotografía, la pintura, la arquitectura, y como no, con el deporte. Correr nos ha servido a lo largo del proceso evolutivo para desplazarnos, cazar, huir, etc. Por tanto, una actividad utilísima. Pero el correr que se practica sin un objetivo de supervivencia resulta innecesario y supone un alto grado de desarrollo de la creación humana, al mismo nivel, pero con otro sentido, que el de la novela o la sinfonía. Ya los griegos entendieron que la más alta aspiración del ser humano consistía en hacer cosas innecesarias, en desprenderse del imperio de la necesidad y dedicarse a la creación de lo inútil. Lástima que sus ciudadanos sólo lo pudieran conseguir con la conquista y la esclavitud. Evidentemente, así como el nudo al que antes aludíamos del placer y del esfuerzo no se puede deshilvanar, del mismo modo no podemos desprendernos, como sociedad, de la necesidad, por ello la utilidad suprema de las actividades necesarias que realizamos deviene en que nos permitan crear actividades innecesarias como el arte o el deporte.
Un entrenamiento de 1 hora corriendo por el monte posee muchas utilidades o beneficios, pero lo que realmente le da sentido al correr no es la utilidad sino el que en suma sea innecesaria y que la realicemos en el fondo porque nos da placer al margen de una utilidad. No quiero decir que debamos eliminar sus partes útiles ligadas a la salud, la marca (si competimos), la estética corporal, sino que más allá de estas utilidades sepamos encontrar una virtud y un sentido que los supera. Por ejemplo, una novela nos ofrece información sobre la psicología de las personas, nos describe ciudades y paisajes, nos habla de la historia, del vestuario del pasado o de otras culturas, por tanto, resulta útil para incrementar nuestro conocimiento. Pero la esencia de su lectura se encuentra cuando de todo ello extraemos un placer y una comprensión del mundo que va más allá de la descripción, cuando sirve para crear con otros una comunidad de afinidades y de sentimientos.
En esencia, correr para mí es una frivolidad que me permito, un hueco que abro en la necesidad de mis ocupaciones vitales para simplemente disfrutar y mejorar, para correr cada vez mejor. Pero esta aspiración resulta difícil, porque la voluntad está acostumbrada a mover los músculos cuando existe un objetivo claro a la vista, una utilidad. Si tuviera que correr para cazar un conejo, para huir de un enemigo, pues sería fácil, casi automático. Pero qué mueve a la voluntad humana para correr sin un fin. Resulta fácil leer las instrucciones de un equipo que acabo de comprar y que deseo utilizar, también si he de aprobar un examen de historia leer el manual que contiene los conocimientos, o un artículo útil para mejorar el rendimiento en mi trabajo, pero lo que resulta sumamente difícil es perder el tiempo leyendo una poesía, aunque realmente esta última ocupación resulta la más valiosa de todas.
Yo no corro para estar sano y fuerte. Yo deseo estar sano y fuerte para poder correr. Del mismo modo yo no quiero leer para ser más culto, deseo ser más culto para poder leer. Es decir, la salud y la cultura es algo que se consigue con múltiples actividades útiles que me sirven para al fin, en mis horas supremas y más gozosas, poder realizar actividades tan innecesarias como escuchar un cuarteto de Bela Bartok, leer una poesía de Hierro o correr por el campo.
La técnica moderna hace cada vez más innecesario nuestro cuerpo como mecanismo capaz de imprimir fuerza o de conseguir concentración. Cada vez resulta más innecesario en el mundo tecnológico de los países muy desarrollados actividades tan propias de lo humano como correr, leer, crear con las manos, conversar, etc. Televisores, coches y aviones, informática crean un mundo virtual que procura utilidad sin apenas esfuerzo físico ni voluntad de concentración. Por ello resulta obligado reinventar el mundo físico o de vivencias interpersonales al que el avance tecnológico nos empuja, y recrear esas actividades esenciales y básicas del ser humano en el caldo de la más absoluta inutilidad.
No se trata, evidentemente, de repudiar el coche o el ordenador. Resultaría tan absurdo como quemar el libro de historia por aspirar al Quijote. Se trata de reivindicar el Quijote cuando todo nos empuja a no leerlo, defender el correr cuando todo se alía para que nadie corra. Y sobre todo, leer el Quijote no tanto para extraer información sobre la sociedad del siglo XVI –que para eso está Wikipedia o un manual de historia-, sino para comprender la esencia de lo humano. Por tanto, no correr por no engordar sino por la misma razón que leemos el Quijote o admiramos una estatua, por la pura frivolidad de hacer amistad con otros lectores y otros corredores y de en suma buscar el vínculo de unión entre las personas más en el placer de hacer algo juntos y compartir unas vivencias que en el hecho de que opinemos lo mismo o amemos al mismo dios o bandera.
El correr nos vuelve a enseñar la simplicidad, nos devuelve a la niñez, nos reencuentra con el juego y la imaginación. Os transmito estos pensamientos que han aflorado en mí muy recientemente. Tengo 43 años y sólo llevo corriendo apenas nueve meses. No son el resultado de una iluminación repentina, pero sí guardan relación con vivencias y hechos personales que me han ayudado a comprender el valor de correr y de hacerlo sólo para correr bien, sin otra pretensión. He comprobado que esto es duro y por ello me motivo con elementos relacionados con esta actividad que para mí no son el objetivo esencial del correr, pero que me sirven para mover mi voluntad y superar los guijarros de un camino por el que discurro no por conseguir marcas o por estar sano, sino por el puro placer de correr bien. Por ello diseño mi entrenamiento en función de objetivos de participación en eventos deportivos, o en función de determinadas marcas, o me motivo pensando que esta actividad física me permitirá tener una vejez más sana o poder acompañar a mis hijos cuando ellos deseen salir al monte o coger una bicicleta. Estos sucedáneos de objetivos me permiten superar los baches y los guijarros, pero bien sé que mi correr no tiene objetivo, es tan inútil como el verso o la melodía, pero tan deseados.
¿Por qué corres tú?

domingo, 9 de octubre de 2011

¿COMO CORRES?


¿CÓMO CORRES?
Juan Manuel Ruiz García, “juanete”

En el año 2008 escribí sobre “¿Por qué corres?”, un compendio de razones para realizar esta actividad tan lúdica, cultural y humana: no se concibe la evolución humana sin la carrera a pie. Pasados ya algunos años desde aquella reflexión sobre las causas, años de entrenamiento, práctica y competición atlética, se impone hablar sobre cómo corremos, el modo de acometer esta actividad física.

Lo que llama la atención, porque nos distingue del resto de los mamíferos, es que el ser humano camina, corre y esprinta erguido, apoyado únicamente sobre dos de sus extremidades. Esto sólo fue posible gracias al desarrollo de un complejo sistema de coordinación y equilibrio, lo que científicamente se denomina propiocepción, que como un sexto sentido guía nuestros pasos a través de las irregularidades del terreno. Wikipedia dice que:
“la propiocepción es el sentido que informa al organismo de la posición de los músculos, es la capacidad de sentir la posición relativa de partes corporales contiguas. La propiocepción regula la dirección y rango de movimiento, permite reacciones y respuestas automáticas, interviene en el desarrollo del esquema corporal y en la relación de éste con el espacio, sustentando la acción motora planificada.”

En suma, durante la carrera nuestro sentido propioceptivo integra la información visual y auditiva del equilibrio, los datos sobre la posición y estado tensional de nuestros músculos, así como las señales nerviosas que recibe desde los pies, y hace posible que el cerebro, de forma automática, responda dinámicamente a todos estos estímulos y deseos para dar una respuesta neuromotora que hace posible el movimiento eficaz en equilibrio según el canon propio del ser humano.

Desearía recordar una frase del
artículo precedente titulado “¿Por qué corres?”:
“Entiendo que la rutina de adiestramiento del cuerpo resulta tan importante como la de la mente, evidentemente adaptada a los gustos personales, inquietudes, objetivos y capacidades. Y que dicha disciplina no se puede entender sin un sentido de mejora, sin unas aspiraciones. Que en el mundo literario se fraguan en el deseo de poder leer ciertos libros, o en lo musical de poder apreciar determinadas obras. Y que en el deporte, y en particular en el entrenamiento del correr deben existir esas mismas aspiraciones de mejora (…)”

Creo que el objetivo de seguir escribiendo este nuevo artículo reside en intentar definir lo que allí caracterizaba como “aspiraciones de mejora”, y que más adelante se concretaba en la siguiente respuesta: “¿Por qué corro? Pues porque deseo correr bien.” ¿Cómo corro?, ¿qué significa “correr bien”?, éste es precisamente el objeto del presente artículo.

Casi todos los mamíferos poseen al menos dos formas de desplazarse, el modo lento y el rápido. Si observamos a un caballo, comprobamos que el trote difiere del galope. Un perro o un gato corren de forma muy distinta a cómo andan. Correr no es un andar rápido, sino una forma de locomoción diferente. Es cierto que primero se aprende a andar antes que a correr, pero si se observa la carrera de un niño descalzo se comprueba que su biomecánica no es igual a la de la marcha. Por sólo incidir en un aspecto, los pies, durante la marcha se apoyan en primer lugar los talones, en cambio, durante la carrera, el niño aterriza en primer lugar con los metatarsos, en un caso delante de la cadera, y durante la carrera, justo debajo de ella con la pierna ligeramente flexionada. Una distinción que resulta muy sencilla de realizar en una comparativa a cámara lenta, o simplemente observando a los atletas de élite o las pinturas olímpicas de la cerámica griega.

Un dilema a resolver antes de continuar y del que depende la necesidad del presente artículo, será dilucidar si la técnica de correr correctamente se aprende o ya se sabe desde niño, es decir, si hay que ejercitarla bajo una dirección y con unos objetivos o, en cambio, es algo instintivo, grabado en nuestros genes. Realmente los niños sanos suelen correr bien. Pero casi ningún adulto lo hace bien. Que lo hagan los niños de forma automática y que además sean enormemente felices cuando corren, nos conduce a inferir que la técnica de correr está grabada en nuestros genes y que instintivamente y sin apenas consciencia, todo el cuerpo se pone en movimiento de una determinada manera para activar la carrera. Pero, un adulto no suele correr como un niño, corre mucho peor. ¿Por qué? ¿Olvidó cómo hacerlo? ¿A cierta edad se desprograma el automatismo de la carrera? O ¿simplemente se pervierte y barbariza por una defectuosa ejercitación?

La siguiente reflexión puede quizás arrojar algo de luz. La musculatura y los tendones utilizados durante la carrera no coinciden con los del caminar. Nuestro estilo de vida sedentaria no favorece el ejercicio de la marcha, pero mucho menos el de la carrera. Una gran parte del día nos la pasamos sentados, o simplemente recorriendo a paso lento muy cortas distancias, lo que provoca que ciertos grupos musculares estén más desarrollados que otros: mucho los de la rutina sedentaria, poco los de caminar, y nada los de correr. Por ejemplo, los glúteos, el músculo más potente del cuerpo humano, imprescindible para correr, sólo lo utilizamos para sentarnos sobre él. Y los abdominales, indispensables para asegurar una óptima posición durante la carrera, apenas trabajan en relación a su antagonista lumbar. Si tras años de no correr empezamos a practicar la carrera con cierta regularidad ¿cómo correremos? Pues tenderemos a correr como andamos, ya que ésta ha sido la única práctica locomotora que con cierta regularidad hemos practicado, y porque los músculos del correr los tendremos atrofiados respecto a los del andar. De ahí que el ser humano sedentario que desea correr, realmente no corra, sino que camine a saltos, realizando otra rutina diferente al caminar y al correr, a la que los anglosajones llamaron “jogging”.

Más o menos casi todos los corredores populares, seamos más o menos rápidos damos saltitos andarines antes que verdaderas zancadas de corredor. Es decir, el adulto que desea correr de nuevo, seguro que instintivamente lo intenta ejecutar correctamente, igual que cuando era niño, pero ni sus tendones ni sus músculos pueden hacerlo porque se han ido atrofiando progresivamente, y como a mano sí tiene la musculatura locomotora del andar, pues acabará ejercitándola para crear esa nueva práctica desconocida para nuestros ancestros a la que llamamos “jogging”.

Esta barbarización del correr no tiene vuelta de hoja sin un reaprendizaje consciente, ya que el “jogging” sigue sin ejercitar los músculos precisos para la carrera, y en cambio, continúa tonificando más los del andar. El corredor popular que mejora en velocidad casi nunca suele hacerlo por haber perfeccionado la técnica de carrera sino por factores como la potencia aeróbica, la fuerza, la asimilación de lactato, etc., casi nunca por correr mejor, por haber mejorado significativamente su técnica de carrera. Si se consultan los abundantes consejos sobre entrenamiento de la carrera, se habla poco de la técnica y mucho de esos otros factores e incluso, se afirma que el estilo de carrera de cada individuo es personal y que el esfuerzo por mejorarlo es tan ingente en relación a otras características del rendimiento, que no merece la pena abordarlo.

Así, ocurre que casi todas las recomendaciones y consejos sobre cómo empezar a correr se centran en los tiempos y ritmos de rodajes y series, y casi nada en cómo se debe correr, en su técnica correcta. Es así que cuando una persona se acerca a un entrenador, o a un club de atletismo, todos partimos de la premisa de que sabemos correr con nuestro estilo individual inmoldeable, y que por lo tanto la mayor parte del tiempo hay que emplearla en correr y no en cómo correr. Nadie enseña a correr. En cambio cuando deseamos practicar natación, tenis, fútbol o casi cualquier otro deporte, la ejercitación de la técnica siempre está presente en todas sus fases de aprendizaje y perfeccionamiento. ¿Por qué no con la carrera? Sería como si un entrenador de natación sólo verificara que sus alumnos saben flotar y centrara todo el entrenamiento en hacer largos de piscina, pero no en aprender cómo se debe nadar. Es cierto que la técnica natatoria moderna no es instintiva al ser humano, que ningún niño lanzado a un río empezará a nadar como Phelps, pero sí resulta cierto que el saber innato sobre cómo correr, y por las razones antes expuestas, ha de ser recordado a través de un aprendizaje en la dirección correcta con el objetivo de conseguir que el adulto, el corredor popular, corra bien, con una técnica adecuada.

Pero ¿por qué correr bien? ¿Si gran parte de los objetivos de marca el corredor popular los puede alcanzar con la técnica del “jogging”, si la mayor parte de los adultos pueden adelgazar corriendo mal sin importar si baten o no marcas personales? Pues yo creo que por dos razones, la primera inherente al ser humano cuando ejecuta una tarea o una diversión, el deseo de realizarla según un canon de excelencia. Todo el que disfruta corriendo desearía correr parecido a cómo lo hacen los keniatas o los etíopes. No me refiero ni a su astronómica velocidad, ni a su técnica depurada, sino que su modelo técnico de carrera sea una guía a la que el entrenamiento diario consigue ir acercándonos en cuanto a velocidad y en cuanto a forma de correr. Evidentemente ni en un caso ni en otro conseguiremos emularlos, pero sí progresivamente ir estrechando la distancia, lo que nos hará sentirnos orgullosos y satisfechos no sólo con nuestras marcas, sino sobre todo en cómo las hemos conseguido, es decir, con nuestro modo de correr.

La segunda razón es de índole más pragmática y tiene que ver con el dolor físico que nos produce correr. Cuando esta sociedad sedentaria se puso a correr allá por los años 60, e inventó el “jogging”, junto con él aparecieron las típicas dolencias del corredor, ésas que periódicamente aquejan a cualquier corredor popular. Nació así ese lugar común del “running” que es la lesión y la general aceptación de que correr es peligroso, ya que es un deporte de impacto repetitivo contra el que es preciso defenderse para no caer lesionado. Muy pocos pensaron que quizás la mayor parte de las lesiones procedían de andar saltando sobre los talones, en lugar de correr bien sobre los metatarsos con las rodillas flexionadas tal y como siempre ha hecho el ser humano desde la Prehistoria. Pero, para hacer frente a las lesiones del “jogging” se inventaron las zapatillas amortiguadas, actualmente verdaderos artefactos de ingeniería dotados de geles, aire, cámaras, materiales que no sólo consiguen amortiguar el impacto sino también conducir el pie de forma adecuada desde el talón hasta el dedo gordo y evitar las torceduras. Pero, a pesar de los dispositivos de control de la pisada y de amortiguación, las lesiones siguen ahí, y la mala técnica de ejecución sigue siendo un escollo en el camino del perfeccionamiento, la mejora y el cronómetro.

Experimentamos un gran placer corriendo, nos gustaría correr mucho y toda la vida, pero la publicidad y los consejos de los expertos previenen de que estamos ante una actividad de riesgo de la que es preciso protegerse con plantillas y zapatillas hiperbólicas. En cambio, casi nadie habla de la técnica ni recuerda que el sistema locomotor humano funciona amortiguando e impulsando elásticamente cuando la técnica empleada no es la del “jogging” sino la de la carrera humana. Todos los corredores populares nos debatimos entre el placer y el miedo de correr. Creo que la solución del dilema reside en preguntarnos sobre cómo estamos corriendo, y en buscar un modelo de técnica de carrera natural, es decir, adaptado a ese organismo humano que ha evolucionado junto con la técnica de carrera que le caracteriza de forma innata.

En suma, esos estilos de carrera individuales y considerados “naturales” no son más que las respuestas personales que damos al deseo de correr con un cuerpo sedentario, porque en virtud de cada historia personal cada individuo se ha ido creando un cuerpo no adaptado a la carrera y que responde bárbaramente al estímulo de correr. Y lo peor, que se nos dice que esta forma bárbara y personal de carrera es realmente innata a cada persona y que es casi imposible de modificar con el entrenamiento. Es decir, que los keniatas, por ejemplo, o los corredores de élite, corren tan bien porque son así, porque de forma innata poseen esa habilidad, y que el resto de los mortales, que empezamos corriendo tan mal, debemos conformarnos con nuestra mala técnica y con nuestras lesiones. Creo que como corredores que deseamos correr bien no podemos aceptar esos prejuicios, y además de intentar mejorar nuestro sistema cardiovascular y muscular hemos de emprender también la tarea de conseguir una técnica de carrera aceptable que tenga como objetivo último, o como modelo, la belleza y la eficacia de los grandes corredores.

Como se aprecia, la técnica de carrera en el ser humano posee un componente innato, al que ha de sumarse el aprendizaje propio y que logra a través de la imitación, la enseñanza y la utilización de determinados instrumentos técnicos conseguir el particular modo de correr de cada cultura. Ortega decía que la técnica son las acciones humanas que transforman el medio utilizando herramientas, pero más allá de esta concepción que circunscribe la técnica a la transformación del entorno, el antropólogo Mauss nos ilumina sobre las técnicas del cuerpo, es decir, las que utilizan el cuerpo como “el primero y más natural instrumento del hombre” para realizar los movimientos vitales de la vida cotidiana, como descansar, andar, correr, etc. Gran parte del éxito evolutivo del hombre ha derivado de su técnica para correr, de su capacidad para recorrer grandes distancias y resistir corriendo durante dilatados períodos de tiempo, de esta particular técnica corporal que ha servido para adaptar el entorno natural a las necesidades humanas. Y en este camino un elemento de suma importancia fue la invención del zapato, ese instrumento tecnológico que ha protegido el pie humano de las inclemencias del tiempo y de los accidentes del terreno.

Nuestra civilización ha transformado el zapato deportivo, la zapatilla, en un sofisticado instrumento tecnológico al servicio de la carrera. Resulta consustancial al ser humano el deseo de mejorar y de inventar aparatos cada vez mejor adaptados a las características del cuerpo humano y de su entorno para conseguir que por ejemplo, el correr, sea cada vez más fácil y efectivo a la par que seguro. En los años 70 aparecen las primeras zapatillas de correr modernas, que a las tradicionales funciones de proteger y dar comodidad añaden la característica de la amortiguación. Más adelante incorporarían otra función que hoy en día también es habitual, la de controlar la pisada. Las tecnologías, como bien destacaron Ortega y la escuela de Frankfurt, no sólo sirven para facilitar la consecución de un objetivo, para transformar el medio, sino que también tienen la capacidad de transformar a las personas y a la sociedad que las utiliza, y como ya destacó Rousseau, no siempre en la buena dirección desde el punto de vista ético. El zapato, por tanto, como instrumento técnico, podría alterar la técnica de la carrera natural del ser humano que es la de correr descalzo. En principio, nada que objetar, si esa transformación del correr natural hacia un nuevo correr mediado por el uso del zapato es mejor, es decir, resulta más efectivo y más seguro. Podríamos concluir que correr bien sería esa nueva técnica construida a partir de la carrera innata descalza que usa el zapato moderno protector, cómodo, amortiguado y controlador de la pisada tanto para facilitar la carrera como para hacerla más segura frente a las lesiones.

¿Con qué objetivo surge esta nueva zapatilla deportiva? ¿Por qué primero la necesidad de amortiguar, y más adelante también la de controlar la pisada? Como ya decíamos, durante los años 60 se populariza el correr en una sociedad sedentaria que había perdido el hábito de la carrera, y que por tanto, ha adaptado su técnica postural y estado muscular y esquelético a rutinas diferentes que las de correr. Cuando los individuos de esta sociedad industrial y de servicios se ponen a correr lo hacen utilizando lo que poseen, la técnica y los músculos de andar, y como ya veíamos en párrafos precedentes, en lugar de “running” acaban practicando “jogging”. Aparte de otros elementos muy importantes, el aterrizaje sobre los talones propio del “jogging”, que no son flexibles, provoca que la sobrepresión de saltar propia del correr se transmita sin ningún tipo de amortiguación natural a todo el sistema de tibia, rodilla y cadera, y que por tanto, a medida que se aumenta la frecuencia e intensidad de su práctica, que aparezcan una serie de dolencias y lesiones no habituales en el ser humano y con las que desde entonces lidia todo aquel que practica el deporte de la carrera: periostitis tibial, fascitis plantar, etc.

La amortiguación de las zapatillas surge con el objetivo de limitar el impacto que reciben nuestros huesos, músculos y articulaciones, con el deseo de evitar las lesiones inherentes al “jogging” y de permitir su práctica segura. Pero la amortiguación no se distribuye homogéneamente bajo la planta del pie, sino que se concentra allí donde los impactos del “jogging” son mayores, en el talón. La zapatilla, por tanto, eleva nuestro pie respecto al suelo y además lo peralta, porque el grosor de la amortiguación es superior en el talón. Pero, a pesar de ello, las lesiones continuaron por varios factores. La nueva zapatilla permitía rodajes más largos y más intensos, se redujo el impacto unitario de cada pisada, pero como las pisadas se hicieron más frecuentes e intensas, los problemas persistieron e incluso se agravaron, pues al ir el pie elevado y peraltado se facilitaba que se aterrizara cada vez más de talón y que se incrementara la inestabilidad de la pisada y por tanto, que se agudizaran la pronación y los temidos esguinces. Empieza así una carrera por aumentar la amortiguación a la par que se incrementa el kilometraje de la carrera y que se hace accesible su práctica a personas con sobrepeso, que con todo derecho desean hacer ejercicio para estar sanos.

La progresiva elevación y peraltado del pie de las zapatillas de “running” provocan cada vez mayor inestabilidad de la pisada, lo que ha inducido a la industria del calzado deportivo a encontrar una solución por la vía del control de la pisada, es decir, aparecen una serie de mecanismos que fijan el pie, que impiden su torsión y que lo conducen con rigidez desde el talón hasta el dedo gordo, además de plantillas diseñadas también con el objetivo de hacer más segura la pisada sobre una zapatilla muy amortiguada y además elevada y peraltada, que cada vez pesa más y es menos flexible. Aquí estamos ya, corriendo con estos artilugios tecnológicos tan sofisticados, que lamentablemente ni han eliminado las lesiones, ni logrado que corramos de forma más eficiente. Pero ¿por qué los corredores de élite, los atletas más eficaces del mundo, siguen corriendo con zapatillas sin amortiguación ni control de pisada, con las llamadas zapatillas voladoras?

Volvamos al comienzo. La gente aterrizaba con el talón. ¡Éste es el problema!, entre otros. Pero después de tantos años todavía la gran mayoría de los corredores populares seguimos impactando con el talón y con la rodilla rígida por delante de nuestras caderas (se dice que el 95% lo hace así). Frente a este problema, la industria del calzado deportivo opta por el tratamiento paliativo, que en algunos casos puede servir, pero que en este particular del “running” parece que lo ha agravado, o por lo menos, no lo ha conseguido erradicar, ya que seguimos lesionándonos y no corremos bien ni de forma eficiente. Nos estimulan para correr, porque es sano y adelgaza, pero se nos advierte que es muy peligroso porque es un deporte de impacto, y que para practicarlo hay que llevar plantillas y buenas zapatillas. En lugar de una reeducación de la técnica de carrera se aspira a que sin el esfuerzo del perfeccionamiento técnico y con sólo gastar 100 euros en unas estupendas zapatillas la persona ya sea capaz de correr sin dolor. Mientras, la industria se afana en buscar la zapatilla perfecta que sustituya el sistema natural de amortiguación que posee el ser humano cuando corre correctamente.

La solución tampoco consiste en descalzarse y correr, o en redescubrir las zapatillas de antaño para volver a correr con ellas. La raíz del problema está en otro lado. Se aterriza con el talón no porque sea natural hacerlo, sino porque con el sistema muscular con que nos dota la vida sedentaria resulta muy difícil hacerlo de otra manera. A pesar de ello, todos tenemos grabado en nuestros genes la técnica humana de carrera, que no es otra que la que han poseído los grandes corredores desde la Prehistoria. Por tanto, se trataría de reeducar al cuerpo para que volviese a usar los mecanismos automáticos de la carrera: fortalecer tendones y músculos, realizar ejercicios propioceptivos y de técnica de carrera. E ir utilizando cada vez calzado menos amortiguado y con menor control de la pisada. ¿Por qué? Pues porque la zapatilla actual debilita la función del pie como sentido que envía información al cerebro para coordinar y equilibrar, a la par que fragiliza toda su musculatura de estabilidad, incapaz de ejercitarse cuando el pie se enfunda en estas verdaderas armaduras con las que corremos. La planta del pie posee multitud de terminaciones nerviosas que informan al cerebro sobre el terreno que se pisa y que hace posible que funcione ese sexto sentido de la propiocepción. Todo este sistema de información y respuesta muscular habrá que activarlo y entrenarlo si se desea correr bien y de forma eficaz. Por tanto, entrenamiento, sacrificio, mucha ejercitación en la técnica y también, utilizar zapatillas que nos protejan, que sean cómodas, pero que no impidan el libre funcionamiento del pie, imprescindible si se desea correr adecuadamente y de forma saludable.

Evidentemente la mayoría de nosotros jamás vamos a poder correr con la técnica de Bekele. A sus condiciones innatas se suma todo un aprendizaje en la carrera, realizado durante su niñez y juventud, y que ha provocado que se activaran unas conexiones nerviosas difíciles o imposibles de conectar cuando se intenta de adulto. Al igual que hay muchos deportistas que empiezan a jugar al tenis o a nadar de adultos y que gracias al aprendizaje y la enseñanza alcanzan una técnica correcta y saludable, no equiparable a la de los grandes tenistas y nadadores pero sí parecida o similar, del mismo modo los corredores no hemos de renunciar a este proceso continuo de perfeccionamiento técnico con el objetivo de conseguir correr cada vez mejor. Para esto, las actuales zapatillas de correr son más un impedimento que una ayuda. La industria tiene delante de sí un reto tecnológico, conseguir zapatillas que permitan que el pie se fortalezca y pueda leer la información del terreno por donde se corre, y que además sean flexibles, ligeras, seguras, confortables y nos protejan del clima.

Yo empecé a correr en el año 2007, con 42 años. Como casi todos, empleé lo que tenía a mano, unas zapatillas cualquiera. Empecé a sentir molestias, siempre en las rodillas, otras veces también en los tobillos, a veces en los gemelos o los femorales, incluso en la cadera alguna vez. A pesar de ello era tan grande el placer de correr que proseguía a pesar del dolor. Cada vez que me ponía las zapatillas sentía sobre mí cernerse la temida lesión. Escuché lo mismo que casi todos los corredores populares: ten cuidado, correr es peligroso. Y fui al podólogo, que me fabricó unas plantillas para controlar mi pronación, y me compré las mejores zapatillas para reducir los impactos. Ningún profesional a los que visité me quiso ver corriendo, nadie me aconsejó sobre qué estaba haciendo mal y cómo realizar un correcto aprendizaje de la carrera Confié en que los 200 euros gastados en ambos especialistas solucionaran el problema, junto con un entrenamiento razonable en cuanto a la progresión de las cargas y las intensidades. Es cierto que el paso del tiempo ha aminorado el dolor. He tenido la suerte de no caer lesionado y además he conseguido progresar en velocidad. Sin embargo, una serie de hechos me han hecho reflexionar sobre cómo estoy corriendo, hacia dónde voy y cómo me gustaría correr en el futuro.

Es cierto que actualmente corro seguro, pero mi técnica resulta deplorable, demasiado rígido, aterrizando de talón, poca coordinación, braceo defectuoso, y demasiada zancada. Esto no me satisface, a pesar de las marcas, porque yo no corro para romper el cronómetro sino para correr bien, y la mala técnica de ejecución me impide ser del todo feliz cuando corro ya que desearía sentirme ligero y apreciar que poco a poco voy ejercitando la belleza de la carrera de modo satisfactorio.

Pero existen otros factores. Al poco de empezar a utilizar las nuevas zapatillas, junto con las plantillas ortopédicas, comencé a sentir torpeza en mis movimientos durante la carrera, que percibía sobre todo cuando tenía que superar un pequeño obstáculo, cambiar de dirección, pisar sobre terreno inestable o sobre superficies no planas. Me sentía torpe. Con mis zapatillas nunca tuve torceduras, en cambio, me sentía como un pato, poco ágil. Curiosamente me lesioné andando con mis zapatos habituales de vestir. Empecé a notar que cuando llevaba calzado de calle, sin amortiguación y sobre todo, sin control de pisada, la más leve irregularidad de la acera me provocaba inestabilidad en el tobillo. Y en dos ocasiones me produje un esguince simplemente andando por la calle. Entonces no asocié aquellos episodios con la utilización de zapatillas especiales, ni con mi técnica de carrera. Pero las reflexiones previas me llevan a pensar que mi torpeza corriendo la produjo la excesiva amortización de las zapatillas, que envuelven tanto el pie que lo ciegan a la información del terreno, y mi sistema propioceptivo no era capaz de reaccionar ante entornos de los que no recibía información. Gracias al control de la pisada ello no derivaba en esguinces, pero si favoreció que la musculatura equilibradota del tobillo se debilitara al no usarla, y que esa debilidad se hiciera patente cuando llevaba calzado sin protección.

Observo a mis hijos cuando corren. Siempre están felices cuando trotan, a menos que huyan de algo. La carrera produce felicidad. Corren porque sí, porque a los niños les apetece correr y el correr les provoca la sonrisa. Yo creo que todos corremos para sentir esa ingenua felicidad de los niños. Somos unos afortunados si de adultos podemos correr para reír. Pero la suprema satisfacción durante la carrera todavía no la he conseguido sentir, por dos razones, porque no corro bien y porque sigo teniendo miedo a las lesiones. Por ello deseo cambiar mi forma de correr, porque deseo recobrar en toda su plenitud la belleza del correr y su felicidad inherente. Y la dirección del nuevo camino que emprendo lo acabo de manifestar en los párrafos precedentes. Quizás me equivoque. Os lo contaré. Pero vivo con ilusión y auténtica pasión todo este proceso de aprendizaje y reeducación. También sé que afortunadamente en este viaje no estoy solo y que otras personas han emprendido previamente con éxito este camino, y otros están todavía en él con buenas sensaciones. Por ello os incluyo los enlaces que yo he encontrado y en los que me he inspirado para realizar estas reflexiones. Espero que esto también te ayude y que puedas encontrar tu propio camino.

¿Cómo corres tú?

http://www.scienceofrunning.com/2010/08/how-to-run-running-with-proper.html
http://www.runnersworld.com/community/forums/runner-communities/barefoot-running/barefoot-minimalist-shoe-resources-research-articles-videos-websites
http://therunningbarefoot.com/begin-here/
http://aprendizajedelacarrera.wordpress.com/
http://www.correrdescalzos.es/category/tecnica-descalzo/
MacDougall. Nacidos para correr. Editorial Destino.
http://barefootrunningshoes.org/
http://www.vivobarefoot.com/eu/barefoot/
http://www.youtube.com/watch?v=b3Nt4WgQed8&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=YS2FBl_tHA4&feature=related
http://www.runningshoesguru.com/2011/01/what-is-pose-running-part-i/
http://www.posecoachblog.com/
http://www.runnersworld.com/community/forums/runner-communities/barefoot-running/new-barefoot-minimalist-runners-start-here
http://www.runnersworld.com/article/0,7120,s6-238-267--13951-1-1X2X3X4X5X6X7X8X9-10,00.html
http://www.runnersworld.com/article/0,7122,s6-238-573--13691-0,00.html


En todo aprendizaje resulta fundamental el modelo, compartir el proceso con alguien que posea la técnica que deseamos alcanzar, ya que la imitación está en la base de toda educación corporal. También los consejos y la ayuda de otros ojos más capaces y que con otra perspectiva nos comunican los errores y nos ofrecen herramientas de aprendizaje para superarlos. Ambas cosas suelen quedar fuera del alcance de los corredores populares, por lo que a mí me está resultando muy útil estudiar vídeos donde se analiza la técnica de carrera y que ofrecen tanto ejemplos de buena ejecución como ejercicios para entrenar y preparar el cuerpo para ello. También que algún amigo nos grabe en vídeo tanto corriendo como realizando estos ejercicios de técnica, lo cual en la mayoría de los casos nos ofrece una valiosísima información para ir perfeccionándonos. En todo este proceso encuentro un gran placer, que a veces se torna frustración cuando tras haber entrenado mucho me veo en vídeo y sigo detectando malas ejecuciones de la técnica. Creo que éste es un proceso que acompaña toda la vida del corredor, y cuyos resultados se empiezan a detectar a medio y largo plazo, y no deberíamos caer en la tentación de creer que a partir de un determinado nivel nos vamos a librar de seguir estudiándonos para mejorar. Creo que aceptando estas premisas las frustraciones inherentes al aprendizaje se llevan mejor.

Existen en la red, en las revistas y en los libros numerosos recursos para ejercitar la técnica de carrera y el fortalecimiento de la musculatura y los tendones necesarios para una óptima ejecución. Pero no creo que la ejecución de tales ejercicios sirva de mucho si no están orientados hacia un objetivo claro que el corredor reconoce con facilidad, si no se integran en un conjunto coherente que facilita la transferencia automática hacia el correcto gesto deportivo. Creo que resulta esencial saber para qué sirve cada ejercicio, conocer qué habilidad intenta fomentar, reconocer cómo se está realizando la transferencia desde estos ejercicios aislados y analíticos hacia la suma armoniosa de movimientos durante la carrera. Lo más importante, por tanto, es que sean un conjunto integrado de ejercicios y que durante su ejecución intervenga la mirada atenta de alguien que nos oriente, ya que estos ejercicios hay que ejecutarlos muy bien. La concentración, la relajación y la frescura resultan fundamentales. Por tanto, es importante escoger los más adecuados a nuestro nivel de ejecución técnica y fortaleza muscular, y a medida que vayamos mejorando, ir introduciendo nuevos ejercicios de un nivel cada vez más exigente y complejo.

No hay que olvidar que debemos activar, durante este aprendizaje, tanto la capacidad del pie para recoger y enviar información, como fortalecer todo el sistema propioceptivo, que ha permanecido aletargado durante demasiado tiempo. Existen muchos ejercicios que poseen esta finalidad. Al principio podrán parecer sencillos e inútiles, pero basta que se intenten ejecutar correctamente para que cambiemos muy pronto de opinión, ya que desde el primer momento comprobaremos que no resulta tan fácil conseguir ciertos equilibrios y mantener determinadas posturas. Aquí la progresividad resulta también imprescindible para evitar frustraciones y malas ejecuciones. Pero el sistema propioceptivo despierta pronto a estos estímulos y los avances resultan espectaculares.

Uno de los ejercicios que me provocan más alegría es el de correr descalzo. Al principio tuve muchos reparos, y por qué no decirlo, vergüenza, de quitarme las zapatillas y empezar a correr sin ellas. El placer que reporta es inmenso, y yo creo que esta experiencia enriquecedora es la que consigue integrar todos los anteriores ejercicios y reportar una gran felicidad y libertad al que lo practica. Hay que elegir superficies seguras, evidentemente, y empezar muy poco a poco. Yo comencé por hierba artificial, una vez a la semana realizaba del orden de 10 progresivos de unos 100 metros. Poco a poco fui incrementando las distancias, e introduciendo otras superficies más duras y ásperas. Al principio corría demasiado de puntillas y se me sobrecargaban los gemelos, pero rápidamente empecé a aterrizar con los metatarsos y con el pie cada vez más horizontal y debajo de la cadera. No se puede correr descalzo dando grandes zancadas ni cayendo sobre los talones, por lo que esta experiencia resulta esencial para que el organismo comprenda cómo se debe correr con zapatillas. No se trata de acabar corriendo descalzo (aunque algunos acaban haciéndolo), sino de correr descalzo para aprender a correr con zapatillas. Muy interesante me parece, a partir de determinado nivel, alternar superficies ya que las superficies duras y rugosas provocan que instintivamente el pie huya de ellas, es decir, que favorece el gesto tan importante de pisar huyendo del suelo.

Las zapatillas amortiguadas nos incitan no sólo a pisar con el talón sino a alargar la zancada por delante de la cadera. Uno de los aprendizajes indispensables es el del ritmo, el de llevar una cadencia alta de zancada. Los pasos más cortos favorecen aterrizar con los metatarsos, el que la pisada esté alineada con la cadera y que, por tanto, disminuya el rozamiento con el suelo, ya que cuanto menos tiempo permanezca el pie en contacto con éste menos resistencia habrá al avance del cuerpo. Para asimilar el ritmo de aproximadamente 180 pasos por minuto, intento ejecutar los ejercicios de técnica con un metrónomo cuyos pulsos intento seguir, o con música que posea un ritmo parecido.

Durante las primeras semanas de aprendizaje hay que aceptar dos cosas. La primera, que hay que reducir los tiempos y distancias de rodaje, que no pueden ser elevados ya que estos ejercicios de técnica y propiocepción, al activar capacidades que estaban dormidas resultan cansados, aunque al principio no lo parezca, y como inciden en músculos y tendones poco ejercitados si no se descansa y se da tiempo a la recuperación, nos podemos lesionar. En segundo lugar, hay que aceptar que vamos a correr más lentos, que hasta que el nuevo sistema propioceptivo y neuromuscular no empiece a funcionar aceptablemente nuestra carrera va a resultar más lenta y extenuante. Paciencia, por tanto, y exigirnos de modo paulatino. Por ello resulta conveniente realizar esta transición al comienzo de temporada, sin competiciones importantes de por medio.

Por todas estas razones, para intentar esta transición, hay que estar muy seguro tanto de querer realizarla como del camino y del objetivo que se van a emprender y acometer. La percepción de la mejora no va a ser clara durante las primeras fases, ya que el cronómetro y nuestro cansancio nos van a quitar aparentemente la razón. Por ello resulta esencial informarse adecuadamente, leer, analizar vídeos, conversar con compañeros y entrenadores, para cargarse de razones sobre si merece o no la pena embarcarse en esta aventura de correr mejor, de correr bien, que no está exenta, como se ha visto, de esfuerzo y sacrificio, y también de errores y frustraciones.

Todos conocemos compañeros que corren muchísimo, que consiguen marcas estratosféricas para un corredor popular y que sin embargo, ejecutan la carrera con mala técnica. A veces, en una carrera popular nos adelantan corredores que corren muy mal, y sin embargo, lo hacen más rápido que otros que parecen ejecutar la carrera con mejor técnica. El éxito deportivo deviene de una compleja mezcla de factores: la motivación, la capacidad de sufrimiento, la fuerza muscular, la potencia aeróbica, la capacidad anaeróbica, el consumo máximo de oxígeno, la técnica de carrera, etc. Un cóctel que, yo entiendo, hay que entrenar en su conjunto, incidiendo, claro está, en función del nivel de cada corredor y el momento de la temporada, en unos u otros factores. Como decía antes, correr bien no significa solamente batir marcas. El placer de la correcta ejecución, de la buena práctica, reporta placer y alegría por sí mismas. Pero también por motivos puramente de eficiencia, de mejor transferencia de la energía producida en movimiento, también resulta aleccionador cómo la mejor técnica, a igualdad de otros factores del rendimiento, juega un papel muy importante en las marcas. Existen excelentes corredores que aterrizan de talón, son pocos en la élite deportiva, pero también consiguen grandes marcas. Yo no soy un experto y no puedo decir si a un corredor de élite que posee esa técnica le interesa o no dedicar tiempo y esfuerzo a cambiarla o mejorarla, en relación con el entrenamiento de otras variables del éxito deportivo. Pero sí entiendo que biomecánicamente no es correcto hacerlo así, y que resulta más ahorrador de energía y menos lesivo aterrizar sobre los metatarsos con la rodilla flexionada y debajo de la cadera.

Aterrizar con el talón significa dos cosas muy negativas para la eficiencia y salud de la carrera. Primero, que el talón no posee propiedades elásticas, como sí las tiene el metatarso. Esto causa un exceso de impacto sobre toda la cadena motora, desde la cadera hasta el pie. Así ocurre que no aprovechamos la fuerza reactiva del suelo al aterrizar y por tanto que, en cada paso, estemos poniendo “el freno”, por romper la inercia y fluidez del propio movimiento continuo de la carrera. En segundo lugar, que el cuerpo suba y baje con cada paso, es decir, que una parte del esfuerzo que realizamos se transmita hacia arriba, para vencer la fuerza de la gravedad, en lugar que hacia adelante, para provocar movimiento efectivo. Como demuestran las últimas investigaciones realizadas para entender el éxito deportivo de los keniatas y etíopes en las carreras de resistencia, la eficiencia de su técnica de carrera resulta incuestionable, y el hecho de que nunca hayan dejado de correr desde niños, sobre todo descalzos y con zapatillas de escasa amortiguación y control. Todos ellos aterrizan con el metatarso y, además, sus tendones poseen una gran flexibilidad que transforma de forma muy eficaz la reacción del suelo en movimiento efectivo hacia adelante.

Llevo 1 mes de aprendizaje de la técnica de carrera. Ahora corro descalzo unos 2 kms a la semana, alternando superficies duras y blandas. En casa también me muevo descalzo y muchos ejercicios de técnica y de propiocepción los realizo sin calzado. Le he quitado las plantillas ortopédicas a mis zapatillas de entrenamiento. Evito utilizar las más amortiguadas y sólo entreno con calzado de poco peso y cada vez menor amortiguación. Intento utilizar un zapato de calle plano con el que poder sentir el suelo y las irregularidades del terreno. Creo que estoy realizando una transición adecuada, no exenta de errores y frustraciones, pero sobre todo, estoy muy contento y motivado y creo que voy a mejorar mi técnica y que con el tiempo voy a conseguir correr mejor. Espero que mi experiencia y reflexiones os sean útiles para encontrar vuestro propio camino de aprendizaje y mejora. Suerte.




En Los Molinos, a 29 de septiembre de 2011

sábado, 8 de octubre de 2011

¿CÓMO ENTRENAS? (I)


¿CÓMO ENTRENAS? (I)
Juan Manuel Ruiz García

Prefacio: pretendo explicar mi experiencia como atleta que se auto-entrena para conseguir mejorar el rendimiento deportivo en actividades físicas de resistencia. No aspiro a otra cosa. Si este texto posee interés procede únicamente de ese hecho. He leído otras muchas experiencias, he reflexionado sobre ellas, algunas las he probado, y al final he alcanzado ciertas explicaciones y fundamentos que son los que voy a intentar transmitir. Puedo estar equivocado. De hecho confío en seguir aprendiendo y evolucionar. Estas recomendaciones o conclusiones son mías, proceden únicamente del contraste con mi sola experiencia, y por tanto, en primer lugar sólo poseen aplicación en mi persona, y en la medida en que otros las lean y sean capaces de reflexionar sobre ellas, podrá también servirles a ellos para encontrar su propia explicación y programa de entrenamiento. No soy un profesional del deporte. Soy un lector apasionado que intenta entender. Y en las líneas que siguen aporto los resultados de mis reflexiones, no todos, sólo aquellos que creo pueden ser más útiles para otros compañeros y compañeras que como yo intentan progresar. Por tanto, tienes un texto que creo sólo tiene interés para aquellas personas que poseemos el anhelo de mejorar en nuestra carrera a pie. Hay muchas otras personas que también disfrutan corriendo, pero que no pretenden otra cosa más que correr unos días a la semana, si puede ser con amigos, y disfrutar de esta actividad. Todo mi respeto. Para ellos no van dirigidas estas líneas. No sé por qué razón, pero yo además de divertirme y disfrutar corriendo, también deseo mejorar, y por tanto, intento que el tiempo que dedico semanalmente a la actividad física sea a la par que divertido y sano mentalmente, que me aporte el mejor beneficio en cuestión de rendimiento. Por esta razón he reflexionado tanto y continúo buscando el mejor sistema de entrenamiento que me permita disfrutar al máximo consiguiendo además la máxima eficiencia deportiva.

Nuestra actividad deportiva se centra en el desarrollo de la resistencia. Entrenamos para hacernos más resistentes, no tanto para vencer, como para poder aguantar. El que se entrena para resistir asume que jamás va a poder superar ciertos límites. Lejos de frustrarse intentará convivir con las limitaciones inherentes al cuerpo y a la física y mejorar dentro de las fronteras humanas con las que necesariamente convivimos.

Las principales virtudes del deportista de resistencia son la paciencia, la obstinación y la humildad. Creo que sólo los muy obstinados y pacientes acometen libremente el reto de entrenar la resistencia. Los que no son suficientemente pacientes abandonan pronto este tipo de deportes que exigen tanto y cuya recompensa resulta tantas veces tan parca. Y si no se es humilde, resulta imposible aguantar mentalmente sano el esfuerzo continuo que nunca es capaz de superar los límites que todo deportista de resistencia debe conocer y respetar.
B L O G G E R